Estamos más enamorados del deseo que del objeto deseado. Buscamos la búsqueda. He ahí el laberinto sin salida. En el que se respira el gas del sueño. Que nos baña en intensidad y en disconformidad. Que da lugar a la autosuperacion... ¿o sera a la ambición? Ambición de poder... de conocimiento, de alcanzar cualquier horizonte en el que proyectemos la felicidad. Solo son excusas para dormir. ¿Será que solo se encuentra al dejar de buscar? Esperar sin codiciar, dejarse encontrar por la salida del laberinto, invertir los roles para gobernar el juego. Lucas Blanco.
¿Que más traes contigo, que tu ombligo y su verdugo? más su jugo y un embudo, en un mundo a rebalzar
Del polvo vienes,
y aunque de oro arapos llenes
desnudo un dia acabaras por naufragar
Entre polvos de un oceano,
que seco, y sin verdugo.
será tu ombligo en la unidad. a la hora de reencarnar.
Ya, en muchas ocasiones, había oído las voces del río, pero hoy sonaban
diferentes. Ya no podía diferenciar las alegres de las tristes, las del
niño y las del hombre: todas eran una, el lamento, el anhelo y la risa
del sabio, el grito de ira y el suspiro del moribundo. Todo era uno,
todo permanecía estrechamente enlazado, y mil veces entremezclado. Y todo aquello unido era el río, todas las voces, los fines, los anhelos, los sufrimientos, los placeres; el río era la
música de la vida. Y cuando Siddharta escuchaba con atención al río,
podía oír esa canción de mil voces; y si no escuchaba el dolor ni la
risa, si no ataba su alma a una de aquellas voces y no penetraba su yo
en ella ni oía todas las tonalidades, entonces percibía únicamente el
total, la unidad. En aquel momento, la canción de mil voces, consistía
en una sola palabra: el Om, la perfección.